La eternidad

«Ciudadanos del cielo» (Filip 3,20)

Una de las preguntas radicales que nos hacemos cuando tomamos conciencia de lo que significa vivir es: ¿qué podemos esperar? Los hombres vivimos esperando y nos despertamos cada día con el deseo de que las cosas vayan bien. Cuando los cristianos nos hacemos esta pregunta, no la respondemos, sin más, a partir de nuestros deseos, sino a partir de lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo. Tres son los acentos que marcan esta esperanza.

Dado que Dios es creador de todo y de todos los hombres y quiere que todos sean sus hijos, la esperanza de salvación atañe a la totalidad.  Es decir, al género humano, creado por Dios en unidad, y al cosmos pues lo creado no está destinado a desaparecer sino a ser transformado en los nuevos y la nueva tierra.

«Vida eterna» es en la Sagrada Escritura y en la Tradición la expresión a la salvación definitiva. Muchas imágenes de todo tipo pretenden ilustrarla, con mayor o menor fortuna. Sin olvidar lo que dice san Pablo en 1 Cor 2,9 cuando afirma que lo que Dios ha preparado para el hombre es novedad radical, no vista, ni oída ni desentrañada por el corazón del hombre, podemos -sin embargo- vislumbrar la verdad y belleza de la eternidad.

Por último, se trata de reconocer el respeto que Dios tiene a la libertad de su criatura. La salvación es un don. Perderla es un riesgo posible. ¿Cómo se conjuga la voluntad salvífica universal de Dios con el don divino de la libertad que se nos ha concedido?