El 20 de marzo de 2018, el Padre Raniero Cantalamessa impartió una conferencia en la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD) dento de la jornada académica “El Espíritu Santo, alma de la Misión”, organizada por la Cátedra de Misionología de la Facultad de Teología que celebraba su 10º aniversario. Aprovechando su presencia entre nosotros, pudimos hacerle algunas preguntas.
Viene a nuestra Universidad para pronunciar la conferencia “El Espíritu Santo, alma de la Misión”
La idea principal de la conferencia es la que está expresada por el título. San Agustín ha dicho que el Espíritu Santo es “el alma de la Iglesia” y esto se aplica de manera especial a la misión. El alma es la que impulsa el cuerpo y es la fuente de cada uno de sus movimientos. La misión no es el primer movimiento de la Iglesia, es el segundo. El primer movimiento es hacia Dios, es la oración, la liturgia, la contemplación; el segundo movimiento es la misión. El Espíritu Santo es el alma de ambos. Una liturgia sin Espíritu Santo está muerta y una evangelización sin el poder del Espíritu es estéril.
El Papa Francisco ha hecho de dos expresiones su lema de pontificado: Dios “primerea” a su Iglesia y la Iglesia en respuesta debe acometer una “conversión” misionera. ¿Qué alcance tienen estas orientaciones del Papa en este momento eclesial?
Estoy perfectamente de acuerdo con la afirmación del papa Francisco que “Dios primerea a su Iglesia”. No se acepta de hecho a Jesús por amor a la Iglesia, pero sí que se puede aceptar a la Iglesia por amor a Jesús. Por esto yo no me canso de repetir lo que el papa Francisco ha escrito en su exhortación Evangelii gaudium (nº 3), es decir, que un encuentro personal con Jesús resucitado y vivo es el inicio y el fin de cada misión de la Iglesia. Sin esto todo sería adoctrinamiento, no misión. Pero aquí de nuevo se ve el papel indispensable del Espíritu Santo, es Él de hecho el único que puede mediar el encuentro personal que cambia la vida de una persona. Quien lo ha experimentado lo sabe bien.
¿Qué ganaría la pastoral de la Iglesia si se aceptara de un modo efectivo la primacía y el protagonismo del Espíritu Santo en la acción misionera de la Iglesia?
Pienso que todos estamos listos para reconocer la primacía y el protagonismo del Espíritu Santo en la misión de la Iglesia. Es suficiente acordarnos del primer envío misionero que tuvo lugar en el cenáculo en la tarde del día de la resurrección: “Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (Jn 20, 21-22). Lo difícil es trasformar esta convicción en vida vivida. Esto no sucede sino después de que uno ha aceptado pasar a través de una entrega total al Espíritu. Es particularmente necesario recordar esto en el mundo universitario donde existe el gran peligro de quedarse en el nivel de la ideas y de la doctrina. Yo puedo mencionar este peligro porque yo mismo lo he experimentado durante mis años de enseñanza universitaria a la Universidad Católica de Milán.
¿Nos puede dar algunas claves para formar evangelizadores con Espíritu y al servicio del Espíritu?
Espero haberlo hecho en mi conferencia. Aquí puedo solo recordar cómo Jesús formó sus primeros evangelizadores, los apóstoles: enviando en Pentecostés sobre ellos el Espíritu Santo según había prometido antes de subir al cielo. “Vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos” (Hechos 1, 8).
Usted ha sido invitado por la Cátedra de Misionología, perteneciente a nuestra Facultad de Teología. Esta Cátedra cumple su décimo aniversario. ¿Qué valor le otorga que haya una Cátedra de este tipo en una Facultad de Teología?
Me alegro mucho de que la Universidad San Dámaso haya instituido esta cátedra. Hace un tiempo las cátedras de misionologia tenían como fin preparar misioneros para ir a los países de misión, al extranjero; hoy sabemos que dichas cátedras tienen un horizonte mucho más amplio. Nuestros países se han convertido todos en países de misión y necesitan personas formadas, sacerdotes y laicos, para llevar la luz maravillosa del Evangelio a los “que viven en tinieblas y en sombra de muerte”.