Francisco Garrido es seminarista y alumno de nuestra Facultad de Filosofía. A continuación puedes leer su testimonio.
Como cristiano y como seminarista, embarcarse en el proyecto que ofrece la Universidad San Dámaso, de singlar incesantemente a favor de la construcción del pensamiento filosófico, teológico y humanístico, que lleva siglos en despliegue, es una oportunidad de sentirse un humilde obrero de la verdad en el seno de la Iglesia y, a través de esta, en el de la entera comunidad humana.
La verdad, conocida principalmente por la caridad que el Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones, también se deja penetrar por nuestra potencia intelectual, al mismo tiempo que su misterioso esplendor, siempre inagotable, nos azuza nuevamente para que nos adentremos, con el pulso tembloroso del recato humilde ante la luz purísima, en aquella realidad que es capaz de configurar nuestra vida elevándola hacia las cumbres altas que nuestra humanidad desea.
Esta orientación vital podemos verdaderamente asimilarla y hacerla nuestra en San Dámaso, donde con la honradez del sabio, los profesores tratan de hacer justicia a la realidad, sin pretender edulcorarla con interesadas interpretaciones, o sin la intención de acaparar en visión minimalista la exuberante riqueza de Dios, la Creación y la admirable relación entre ambas que se da en la Persona de Jesucristo.
Por otra parte, si algo me impresionó cuando entré por primera vez a clase al comenzar la carrera, fue la multiplicidad, de raigambre evangélica, de diversas formas de vida cristiana inspiradas por Dios, todas y cada una insertadas en el gran proyecto de la santidad que Él quiere para cada persona, que muestra el abanico irisado de la fecundidad eclesial.
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