Juan Carlos Carvajal: «El drama de la vida es la escuela que el Señor emplea para que aprendamos a reconocer su acción salvadora»
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Una historia académica en tiempos del Coronavirus

El zarpazo del Coronavirus y todo lo que ha traído consigo llegó de un modo inopinado. Es verdad que las noticias que llegaban de China manifestaban que el Covid19 tenía una potencia de contagio extraordinario y las más cercanas de Italia eran muy alarmantes; sin embargo, en nuestro país parecíamos ajenos. Así, cuando llegaron las primeras medidas y más tarde se decretó el estado de alarma, la nueva situación causó un verdadero shock. En mi caso, lo viví con especial preocupación, por el hecho de haber vuelto recientemente de Roma, tras haber participado en unas jornadas de trabajo. El temor a ser portador me creaba un cierto sentimiento de incertidumbre y responsabilidad…

Al inicio del estado de alarma, tuve la impresión de que la mayoría no nos hacíamos la idea justa del alcance de la pandemia ni de la duración del confinamiento. Sin embargo, en mi caso, pronto tomé conciencia del drama que se nos venía encima. En la parroquia en donde desarrollo mi actividad pastoral, inmediatamente se dieron bastantes contagios, algunos de los cuales concluyeron con el fallecimiento de personas muy implicadas en la comunidad. En aquellas primeras semanas, también fallecieron algunos amigos muy cercanos a mi familia. Por un instante, percibí que todos nos sentíamos desbordados. Nunca, como en esos días, habíamos tomado conciencia de lo vulnerables que éramos tanto personal como socialmente. Creo que la celebración eucarística de aquel 27 de marzo, con la consiguiente bendición Urbi et orbi del papa Francisco en una plaza de san Pedro vacía, pero proyectada en infinidad de hogares, fue una magnifica expresión de lo que la humanidad estábamos viviendo.

Capítulo aparte merecen los efectos que desencadenaron la pandemia y la situación de confinamiento en el ámbito docente. A la sensación de provisionalidad primera, al poco tiempo se unió el que muchos alumnos de las materias que imparto, de un modo u otro, se vieron afectados: algunos sufrieron el contagio, otros padecieron la incertidumbre de síntomas sospechosos; no faltó alguna religiosa que tuvo que acompañar a las mayores de su congregación y sentir las consiguientes pérdidas; muchos sacerdotes extranjeros se vieron, en cierto modo, paralizados pensando en la situación de sus familias y comunidades que habían dejado en sus países; y otros se implicaron afectivamente en la demanda pastoral de sus parroquias de referencia.

Por estos motivos, las primeras semanas tuvieron un tinte dramático y resultaba muy difícil que los alumnos mantuvieran la necesaria tensión académica para responder a las lecturas y trabajos propuestos para avanzar en las materias. Sin duda, el drama de la vida primaba y, para un creyente, ésta es la escuela que el Señor emplea para que aprendamos a reconocer su acción salvadora. Y nosotros, los teólogos, servidores de la Palabra divina, cómo podíamos permanecer al margen y no escrutar el susurro de esa Palabra en lo que estábamos viviendo.

Por mi parte, en este tiempo prodigue alguna llamada a los alumnos interesándome más por la situación personal que por la académica. En torno a la Semana Santa, se dio una nueva fase. Ya era evidente que la pandemia tenía largo recorrido y que el estado de alarma iba a mantenerse hasta el final de curso. Era preciso recuperar a los alumnos para el trabajo académico. En esos momentos, mi intención, sobre todo respecto a los sacerdotes del Bienio de Evangelización y Catequesis era doble. Por un lado, trataba de que reconocieran que seguían ejerciendo de pastores a través del ministerio de la oración. Sus familias y miembros de las comunidades que habían dejado atrás, aunque no lo dijeran, esperaban de ellos su oración. Les insistía en indicarles que en esta situación la oración de intercesión era el modo privilegiado de servir a las comunidades que habían dejado en sus países de origen; algo que sin duda hacían, pero que debían intensificar hasta reconocerlo como un verdadero ministerio.

La segunda invitación iba dirigida a encontrar sentido al estudio en una situación tan dramática como la que estábamos viviendo. En el corazón de pastor, no se entiende tener que permanecer ajeno a los avatares y circunstancias que están viviendo las gentes, ¿qué sentido tiene seguir “las rutinas” académicas y el estudio mismo?, ¿no convenía hacer un paréntesis y entregarse a la caridad en sus múltiples formas? A través de algunos correos y en conversaciones personales trate de que reconocieran que su estudio era fruto de una encomienda eclesial.

Sus obispos les habían encargado este servicio, y por tanto, dar cumplida respuesta a esta misión era ser fieles a la llamada del Señor, la cual tiene sus tiempos en la vida de cada creyente, pero de un modo especial en la de los ministros. Por otro lado, los invitaba a descubrir que el trabajo oculto y entregado del estudio era la mejor respuesta que ellos podían dar a la crisis que vivía la humanidad y también sus pueblos.

Primero porque la vida ministerial es de largo recorrido y seguro que en el futuro tendrían ocasiones semejantes a éstas, aunque su alcance no fuera tan dramático y universal. Y segundo, porque ellos, de un modo especial, se estaban preparando para servir a la Palabra en la Iglesia, una Palabra que tiene el poder de transfigurar la realidad y manifestar de qué modo Dios obra su salvación en medio del dolor, del sin sentido y de la muerte.

La situación que estábamos viviendo, justamente, manifestaba la urgencia y la necesidad de que ellos, como sus ministros, se preparasen para prestarla un acendrado servicio. Tengo la sensación de que con el paso del tiempo, estas orientaciones personales-ministeriales que dieron sentido a la situación y la implementación de los medios telemáticos por parte de la Universidad que permitieron las vídeo-clases, la actividad docente adquirió una cierta normalidad.

Realmente, y tal y como lo han reconocido los propios alumnos, esos medios han venido al rescate de una situación académica que de otro modo resultaba alicorta, por mucha buena voluntad que todos hubiéramos puesto. En este sentido, es de agradecer el esfuerzo realizado por todos aquellos que han hecho posible el desarrollo telemático de nuestra estructura docente. No cabe duda de que tendremos que dar pasos en el mejor aprovechamiento de estos medios.

Juan Carlos Carvajal Blanco
Director del Bienio de Evangelización y Catequesis
Facultad de Teología de la UESD

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