En mitad de una pandemia, inhóspita para el siglo XXI, el 14 de julio, memoria litúrgica de San Camilo de Lelis la Congregación para la Doctrina de la Fe firma la Carta Samaritanus bonus (1). Para animar a su lectura destacaría, desde el principio, lo apropiado del subtítulo enfatizando el cuidado y lo conveniente de reseñar las circunstancias en las que se lleva a cabo: las fases críticas y terminales de la vida; y, lo providencial de su promulgación.
Nadie, hace escasamente unos meses cuando comenzó el debate en nuestro país a propósito de la regulación de la eutanasia, que ahora nos habríamos visto en medio de una crisis sanitaria que necesariamente atañe a lo social y lo económico, desplazando algunos temas que estaban en el areópago y volverán a estarlo. Tan acostumbrados estábamos a gozar de nuestras libertades autónomas que, atrevidamente, osábamos cuestionar las leyes para permitir poner fin a la vida, y, poco podíamos prever que el cuidado al final de la misma se haya hecho tan necesario y tan presente en la pandemia. Habiendo cercenado el coronavirus tantas historias, ha acallado al tiempo argumentarios en pro y en contra en el debate social, pero negra se cierne en el horizonte una ley que regule la eutanasia en nuestro país.
Sea como fuere, la enfermedad, el sufrimiento y nuestra limitada condición mortal hacen que el Prefecto de la susodicha Congregación evoque, en la presentación de la Carta el 22 de septiembre pasado, al Patrono de los Enfermos que insta a sus hermanos de comunidad a que atiendan a los enfermos incurables no como los mercenarios que estaban obligados a llevar a cabo estas tareas como redención, sino a realizar este servicio por merced, voluntariamente por amor a Dios (2).
Durante un par de años, se ha gestado el documento que pretende no solo ofrecer un planteamiento doctrinalmente correcto, sino servir de acicate pastoral con un lenguaje comprensible acorde al desarrollo de las ciencias médicas, valorizando los logros de una medicina altamente tecnificada pero alertando de sus límites (3). En la introducción de la Carta se hace eco de la extensa literatura que al respecto trata del tema en el Magisterio de los últimos años, y a la que se referirá en no pocas ocasiones en la documentada bibliografía que jalona el texto, así como, a los documentos de las diversas Conferencias Episcopales a propósito de diferentes desafíos planteados en los diversos países que pretenden legislar la actuación médica al final de la vida con acciones como la eutanasia o el suicidio asistido (4).
El documento se estructura en cinco capítulos precedidos de una extensa introducción para culminar en una breve conclusión que apela al compromiso cristiano para con el enfermo al final de la vida.
El marco que sustenta la Carta es la parábola del Buen Samaritano a la que se remitirá en varios momentos. Su lectura no tanto exegética como pastoral, presenta la tesitura del encontrar uno de los nuestros, medio muerto, en el camino y analógicamente apela al querer bien del Samaritano Bueno que se hace prójimo con la vida del otro.
Muy someramente, y, sólo a modo de guion de lectura, hago un pequeño comentario a cada uno de los epígrafes:
I. Hacerse cargo del prójimo
Cuando el sufrimiento marca la corporalidad del individuo, su vulnerabilidad apela a la búsqueda de sentido fundamentando la ética del cuidado, que revela un principio de justicia para con los semejantes. Hacerse cargo del prójimo supone, en justicia, ponerse en juego, como lo hace la ars medica procurando la curación o aliviando, proporcionando siempre el cuidado debido. En esa fragilidad se desvela el misterio del Amor de Dios.
II. La experiencia viviente del Cristo sufriente y el anuncio de la esperanza
Quizá constituya el eje central del documento, si bien no es el que se sitúe ni en el centro ni sea el más extenso, pero me atrevería a decir que solo desde el Cristocentrismo es posible adentrarse en este misterio del Amor de Dios al que apuntábamos: Ave crux, que concentra y resume los males y sufrimientos del mundo, y, Stabat Mater, en coral escena que remeda el pequeño rebaño que participa del misterio de la Redención. La experiencia del Calvario es para los que están con el enfermo, la expresión de la certeza del amor que traduce la firme esperanza de la Resurrección, abriéndose la puerta de los cuidados paliativos.
III. La vida humana como don sagrado e inviolable
Sólo desde el corazón que ve del Samaritano, se puede reconocer que cada vida humana es un don sagrado e inviolable. Es el argumento inveterado del Magisterio a propósito del pilar fundamental que sustenta todos los demás derechos de los sujetos: la vida. Una vida que teologalmente se recibe y en sí misma contiene un valor que en justicia ha de respetarse.
IV. Los obstáculos culturales
Posiblemente esta pandemia marque un antes y un después, pero desde el mundo occidental desde el que se escribe la Carta y que se convierte en nuestro mundo globalizado en paradigma cultural, el valor sagrado de toda vida humana se ve claramente oscurecido. Quizá el foco no sólo mediático sino vital en medio de esta crisis sanitaria no está dejando tanto espacio a la reflexión de ciertos obstáculos que, al menos hasta ahora, venían constituyendo una dificultad. Entre ellos la Carta se refiere a la calidad de vida, a una adecuada comprensión de la compasión o al papel del individualismo que cuestiona la relación, esquiva la soledad y parece abocar a la cultura del descarte, que tantas veces denuncia el papa Francisco (5).
V. La enseñanza del Magisterio
Por último, en este larguísimo apartado cuya extensión supera la de los cuatro anteriores, la Carta quiere con un tinte claramente pastoral iluminar algunos aspectos prácticos que se deducen de lo anteriormente expuesto. Es de agradecer que el documento haga el esfuerzo de, meticulosamente, desentrañar la posición magisterial acerca de algunas situaciones particulares (6) sin entrar en casuística.
A modo de elenco enumero los diferentes epígrafes que contiene, lo cual puede dar una idea de la riqueza del documento: prohibición de eutanasia y suicidio asistido; obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico; cuidados básicos: deber de alimentación e hidratación; cuidados paliativos; el papel de la familia y los hospices; el acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica; terapias analgésicas y supresión de conciencia; el estado vegetativo y el estado de mínima consciencia; la objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y de las instituciones católicas; el acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos; el discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido; la reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios.
No me resisto a comentar algunos de los contenidos que me parecen particularmente reseñables. La primera de las cuestiones que aborda es la incuestionable toma de posición ante el hecho de arrebatar la vida a un semejante o su cooperación con las implicaciones morales que tiene el ejercicio de un acto intrínsecamente malo. El magisterio de la Iglesia vuelve a uno de los pilares que sostienen el edificio de la moralidad humana: la existencia de actos que en su naturaleza (objeto, intención y circunstancias) son contrarios a la vocación del hombre alejándolo de su llamada a participar de la vida divina, puesto que de forma cainita desapropian a un igual de la humana. El valor de la vida es tal que atentar contra ella se percibe en la ley natural como algo moralmente inaceptable, declarado conjunta y recientemente con otras religiones monoteístas (7), y, reafirmado en esta oportunidad por parte de la Iglesia, como enseñanza definitiva que se está cometiendo un crimen contra la vida humana. Por tanto cualquier legislación civil que lo permita debe considerarse gravemente injusta, al mismo tenor rezan las consideraciones de los Comités de Ética de nuestro país (8). Las razones aducidas para su práctica no hacen sino esconder la soledad y la falta de sentido ante el misterio de la vulnerabilidad humana. De ahí el valor del cuidado de cada único e irrepetible individuo hasta el final de sus días.
Sin embargo, y, en esta ley del péndulo en que solemos oscilar los de condición mortal, en el otro lado de la balanza, el Magisterio no quiere dejar de referirse a la obligación moral de posicionarse rechazando lo que tradicionalmente se ha denominado obstinación o encarnizamiento terapéutico, cuando se pretende a toda costa retrasar el advenimiento de la muerte en una situación de enfermedad de acuciante terminalidad (9). Reitera su posición de priorizar el cuidado del enfermo garantizando sus funciones fisiológicas esenciales, y, a mi modo de vez, da un paso más en la consideración de esta situación (10), puesto que estima que estas han de ser sostenidas en la medida en que el organismo sea capaz de beneficiarse de las mismas y lícitamente ser retiradas ante la inminencia de una muerte inevitable. Creo que este oportuno matiz aporta una luz más clarividente sobre los puntos que tratará con detalle en los epígrafes sucesivos a propósito de los cuidados básicos, hidratación y nutrición, y, los cuidados paliativos.
Es de destacar el énfasis que le da la Carta al acompañamiento del enfermo. Si bien no es la primera vez que el Magisterio pone el foco en el tema (11), sí lo es quizá la consideración otorgada a que el cuidado se lleva a cabo siempre por parte de otro individuo de la misma condición, y en el que se implican diversos círculos relacionales que necesariamente se interrelacionan: familia, institución y equipo sanitario (12). De la armonía coral de su insustituible papel brota la sinfonía de la atención amorosa al que muere, que es aún más exigente en la edad pediátrica.
En los dos siguientes y brevísimos epígrafes hace un par de consideraciones pertinentes acerca de la analgesia y de lo que denominamos sedación en situación de últimos días recogiendo todo lo dicho anteriormente por el Magisterio, de forma prolija sobre todo en discursos de los diferentes Pontífices, al que se hace referencia en las notas bibliográficas. De igual modo en el siguiente, con una particular mención escueta pero certera, se refiere al posicionamiento magisterial ante la situación del enfermo en los estados de mínima conciencia y vegetativo. Quizá lo peculiar de este estado vegetativo permanente cuya fisiopatología no está aún del todo clara, dadas las múltiples lesiones cerebrales que originan esta disfunción, aún más pone de manifiesto que el enfermo que lo padece ha de ser cuidado en su extrema vulnerabilidad (13).
Los últimos cuatro epígrafes creo que podríamos englobarlos dentro de la óptica de la pastoral intencionalmente pretendida por el documento. Primeramente se refiere a la pertinente objeción de conciencia de los agentes sanitarios y de las instituciones católicas a propósito de las leyes que despenalizan la eutanasia. La cooperación con el mal genera una cultura en la que el miedo al sufrimiento pretende ponerle fin con una muerte deliberadamente provocada y cuya seducción no hace sino generar aún más desconfianza (14). Como individuos y como instituciones se hace una llamada a un auténtico testimonio de vida cristiana que se posicione abiertamente en defensa de la vida hasta el final promoviendo el acompañamiento y el cuidado, puesto que no se puede reclamar la defensa de un derecho que no existe. Se apela al respeto de la objeción de conciencia a la que pueden acogerse individuos y al testimonio cristiano de las instituciones católica que se convierte en signo de su identidad.
El cuidado pastoral implica no sólo la atención sacramental del enfermo sino el acompañamiento de su entorno familiar. Se presta especial atención al discernimiento que exige la atención pastoral de un individuo que formalmente solicita la eutanasia dada la gravedad de su decisión. Por último se insta a la formación de todos los agentes implicados en la tarea de acompañar el final de la vida en todos los ámbitos, así como a la promoción de la capacitación específicamente sanitaria en los cuidados paliativos.
Sólo desde el Misterio Pascual de Cristo, Buen Samaritano, se puede proclamar con esperanza que, al final de la vida el cuidado de los semejantes aporta ganancias de eternidad.
Cristina Jiménez Domínguez
Médico
Facultad de Teología
Universidad San Dámaso
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1 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Samaritanus bonus. Sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. BAC (Madrid, 2020).
2 https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/09/22/bonus.html (Consultado el 28 de octubre de 2020).
3 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Dignitas Personae: Instrucción sobre algunas cuestiones de bioética, 36. BAC (Madrid, 2008) : “Un reconocimiento especial merece, por tanto, no sólo la actividad cognoscitiva del hombre, sino también aquélla de orden práctico, como el trabajo y la actividad tecnológica. Con estas últimas, en efecto, el hombre, participando en el poder creador de Dios, está llamado a transformar la creación, ordenando sus muchos recursos en favor de la dignidad y el bienestar integral de todos y cada uno de los hombres, y a ser también el custodio de su valor e intrínseca belleza”.
4 Sirva como muestra el editado por la nuestra el año pasado: CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA. Comité episcopal para la defensa de la vida. “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida”, noviembre 2019, que pretende actualizar lo ya recogido en documentos anteriores: 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos” (Paulinas, Madrid 1993); o “La eutanasia es inmoral y antisocial”, en: Documentos de la Conferencia Episcopal Española (1983-2000).
5 Cf. PAPA FRANCISCO. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. La alegría del Evangelio, 53. Palabra (Madrid, 2013), ID, Fratelli tutti, 18-21, 118. Palabra (Madrid, 2020).
6 JUAN PABLO II. El esplendor de la verdad. Carta encíclica Veritatis splendor, 53. BAC (Madrid, 1995): “Ciertamente, es necesario buscar y encontrar la formulación de las normas morales universales y permanentes más adecuada a los diversos contextos culturales, más capaz de expresar incesantemente la actualidad histórica y de hacer comprender e interpretar auténticamente la verdad”.
7 Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre las cuestiones del final de la vida (Casina Pío IV, 28 de octubre de 2020) http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2019/10/28/otras.html (Consultado el 1 de noviembre de 2020)
8 COMITÉ DE BIOÉTICA: Nota de prensa. Informe del Comité de Bioética de España sobre el final de la vida y la atención en el proceso de morir, en el marco del debate sobre la regulación de la eutanasia: propuestas para la reflexión y la deliberación: http://assets.comitedebioetica.es/files/noticias/Nota%20de%20prensa%20CBE%20- %20Informe%20sobre%20el%20final%20de%20la%20vida.pdf (Consultado el 25 de octubre de 2020)
9 CONSEJO PONTIFICIO COR UNUM, "Alcune questione etiche relative ai malati gravi e ai morenti", 27 giugno 1981, en: Enchiridion Vaticanum, 7, Documenti Ufficiali della Santa Sede (EDB, Bologna 1982).
10 Cf., JUAN PABLO II. El valor de la vida humana. Carta Encíclica Evangelium vitae, 65. BAC (Madrid, 1995).
11 SGRECCIA, E. (ed.), Junto al enfermo incurable y al que muere: orientaciones éticas y operativas. Actas de la XIV Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida (BAC, Madrid 2009)
12 TURRIZIANI A., “Malattia e buona morte” en L. MELINA et al. Lo Spendore della Vita: Vangelo, scienza ed ética. Prospettive della bioética a dieci anni da Evangelium vitae, 249. Librería Editrice Vaticana (Città del Vaticano 2006) : “Il malato terminale in Cure Palliative diventa un “progetto d´equipe”.
13 Cf. MARTINEZ-SELLÉS, M, La eutanasia, Rialp (Madrid 2019), “Capítulo 7, Estado vegetativo permanente. Nutrición e hidratación artificiales”.
14 Cf. HENDIN H, Seducidos por la muerte. Medicos, pacientes y suicidio asistido, Mercurio (Madrid 2020).