Si ha habido alguna persona que esta crisis mundial del COVID-19 no le haya descentrado, dolido, removido o incluso haberse hecho cuestionar lo que está haciendo con su vida…debería replantearse su desconexión con la realidad. Todo esto no puede dejar indiferente, no está siendo un tiempo maravilloso donde poder centrarse bien en estudiar, o rezar o hacer nuestras cositas sino más bien un golpe duro que nos coloca de cara con nuestra más radical impotencia y pobreza. Y es desde ahí donde uno podrá experimentar un crecimiento humano, espiritual y hasta intelectual. Pero no gracias a la pandemia sino porque el coronavirus nos ha devuelto al lugar que nos corresponde: que no somos todopoderosos. Y es cuando asumimos y vivimos la realidad tal y como es, sólo ahí es cuando vivimos.
He vivido toda esta situación en el Seminario Diocesano de Madrid, donde me formo para ser un día sacerdote de Jesucristo. Aquí también el virus ha entrado, descolocando nuestros planes e incluso infectando a varios compañeros. Pero lo que ha sido impresionante ha sido descubrir que esto de ser cristianos va en serio, y cuando tuvimos que poner medidas sanitarias de prevención que implicaban un serio trabajo y responsabilidad de nuestra parte, pudimos observar y descubrir la increíble disponibilidad y servicio que existe en esta casa. Daba igual lo que le tocara a uno, pues lo importante era hacer agradable la existencia al hermano. A nadie se le cayeron los anillos, y desde los sacerdotes a los seminaristas, cogían el mocho para desinfectar los pasillos o llevar la comida a los que estaban en cuarentena.
Con todo, los estudios siguen siendo importantes, y al principio existía un poco de incertidumbre pues ignorábamos cómo podría terminarse el curso académico. Al final, los profesores han hecho un gran esfuerzo por ayudarnos a no perder el ritmo y para mí se me ha abierto un nuevo horizonte en el estudio de la teología. Es cierto que ir a clases tiene ese punto de relación interpersonal que necesitamos, pero poder profundizar en las diferentes asignaturas por medio de trabajos personales me ha posibilitado ponerme contra mí mismo y darme cuenta que aquí la pelota estaba en mi tejado. Está siendo realmente bonito aprender así, pues personalmente, el trabajo personal que realiza uno queda como algo propio, y no como algo extrínseco. Poder tener varios trabajos como parte de la evaluación del curso además hace que se vea la multidisciplinariedad de la teología y que las asignaturas, como si del Guadiana se trataren, convergen unas con otras con deliciosa armonía.
El coronavirus nos ha descolocado a todos, pero también nos ha abierto una cantidad de posibilidades que no se habían podido contemplar antes en el ámbito de las universidades católicas. Quizá hayamos descubierto una oportunidad, al habernos tenido que abrir a nuevos medios de comunicación (algo que hace un año nos habría resultado impensable y que nos ha mostrado dar mucho fruto) para, en el día de mañana, llegar a tener un novedoso modelo de trabajo que aborde y complete, de la manera más contundente y actualizada, la sed del Dios Vivo que todo estudiante de teología tiene al pisar la Universidad.
Fernando Rubio
Estudiante de Teología