Después de casi dos meses de encierro vírico, me gustaría compartir cómo lo estoy viviendo. El día del aviso formal de este estado de alarma estaba en una cafetería tomando un chocolate con churros en este nuestro barrio tan castizo y de capa y espada que es el Madrid de los Austrias. El dueño del local rompía a llorar porque como pequeño empresario, su mundo se le venía abajo y no tenía fuerzas para mirar a sus empleados. Aquello me encogió el alma y sentí una losa de impotencia caer al saborear ese chocolate dulce que se tornó amargo en cuestión de minutos. Así de frágil es nuestra existencia.
La mansedumbre del espíritu es la clave para trascender. El hecho de que esta experiencia tan dramática se haya dado en plena Cuaresma y Semana Santa, para mí tiene un sentido más profundo. Por mi especialización de trabajo en el mundo hebreo, conecté inmediatamente con aspectos traumáticos del pueblo de Israel que tan bien podemos leer en el texto bíblico; algunos de estos momentos de dolor van a ser compartidos con las primeras comunidades cristianas tan pronto como comenzaron las persecuciones contra los ‘temerosos de Dios’ como así eran conocidos. Dolor, enajenación, sacrificio: palabras rotundas en momentos muy especiales de la historia humana.
Recientemente tuve ocasión de ser ponente con temas relacionados con el exilio de los judíos en Babilonia y la imagen poética del Buen Pastor a propósito del Salmo 23 en las Jornadas de Poesía Religiosa del pasado mes de febrero. El confinamiento lo estoy viviendo con el espíritu de aquellos que miraban al cielo y rezaban a las orillas de los ríos de Babilonia o de los que, con las manos elevadas, recitaban ‘El Señor es mi Pastor, nada me faltará’.
Iba recibiendo imágenes del Santo Sepulcro de Jerusalén, cerrado de manera contundente por la pandemia, algo que no había sucedido desde el siglo XIV con la peste negra. El ‘Silencio de Dios’ es una expresión muy apreciada entre los hijos de Israel, que les sirve de consuelo en momentos extremos. Este silencio se percibe en el Edículo-la Tumba de Jesús en la Ciudad Santa y es en circunstancias, como las que estamos viviendo, que este silencio es más sonoro que nunca, pues el Maestro observa a sus alumnos en quietud cuando hacen un examen, siempre está presente, en vigilancia misericordiosa, como suelen decir los rabinos. Tal como lo fue en la antigüedad, así es ahora.
Mientras, seguimos trabajando con nuestros alumnos por Skype o Zoom (sin terminar ‘zoom-bados) y con la sensación de ser comunidad en la ciencia y en la fe. Paz y Bien a todos.
Cayetana H. Johnson
Profesora en la Universidad Eclesiastica San Dámaso
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